lunes, 19 de diciembre de 2011

La pobreza en cifras

La pobreza significa hambre: 850 millones de personas pasan hambre con su corolario de enfermedades, sufrimiento y muertes prematuras. Incluso en las potencias emergentes este problema se mantiene constante: el 9% de las personas en Brasil, el 11% en China y el 21% en la India siguen pasando hambre. Es bien conocido que las hambrunas no se dan por falta de alimentos, sino porque la gente no tiene dinero para comprarlos. Evidentemente, ni los ricos de los países pobres ni los turistas que los visitan padecen hambre.

La pobreza significa analfabetismo: 800 millones de personas no saben leer ni escribir. En lugares como Asia Meridional o el África subsahariana, 4 de cada diez personas son analfabetas. Destacan las diferencias de género: mientras que la alfabetización es similar en la OCDE, Europa del Este, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil o Cuba, en algunos países latinoamericanos la diferencia entre hombres y mujeres se sitúa sobre los 10 puntos porcentuales (Perú o Bolivia) a favor de los primeros. En la mayoría de países musulmanes, va desde el 13% de Irán al 26% de Marruecos. En los países más pobres, las diferencias todavía son mayores: 27,9% en Congo o 28,3% en Angola de diferencia entre hombres y mujeres.

 Los gastos en salud per capita (PPA en dólares) son un ejemplo paradigmático de las desigualdades Norte/Sur e internas. Quien más gasta es EEUU (5.274 dólares), muy por encima de estados de la UE como Francia (2.736 dólares) o el Estado español (1.640 dólares). Ahora bien, estas cifras encubren las desigualdades internas de cada país; así EEUU está situado, según la Organización Mundial de la Salud en el puesto 37, por detrás de países como Marruecos (puesto 29 y con sólo 186 dólares de gasto), el Estado español (el 7º) o Francia (la 1ª). EEUU esta sólo dos puestos por delante de Cuba (que tiene un gasto de 236 dólares). La razón, entre otras, es que en EEUU, el país que más gasta, más de cuarenta millones de personas no tienen ninguna cobertura sanitaria.

La esperanza de vida ha aumentado en las tres últimas décadas en el mundo de 59,9 a 67,1 años. Por zonas, la variación ha ido desde los 14,8 años en los estados árabes a los 8,6 en la OCDE. Hay dos excepciones a este crecimiento: África subsahariana, en la que sólo ha crecido 0,3 años, y Europa del Este, única zona del mundo que ha descendido en 0,9 años, algo inédito en una zona sin guerras, hambrunas o pandemias. No es ninguna temeridad decir que ése ha sido el precio por liberalizar la sanidad pública. Si miramos las tasas de mortalidad infantil (menores de 5 años) vemos que al año mueren 10 millones de niñ@s, el 98% en los países pobres. La malnutrición es la causa principal y produce el 50 % de estas muertes. 

En África, la correlación padecer sida y estar sin tratamiento con respecto a la esperanza de vida es evidente. Hay que partir de que sólo el 4% de las personas enfermas en ese continente reciben tratamiento. En países donde la incidencia del SIDA es mayor del 15% entre la población de 15 a 49 años, el impacto ha sido terrible; en Botswana, la esperanza de vida ha descendido en 19,5 años, en Zimbabwe 18,4 y en Zambia 16,6.

 La mortalidad materna por cada 100.000 nacimientos es un ejemplo del efecto de las desigualdades, más terrible cuando se sabe que acabar con esas muertes sería fácil y barato. De las 530.000 mujeres muertas al año durante el embarazo o parto, la mayoría (3/4) se podrían evitar con intervenciones de bajo coste. Por ejemplo, por cada caso de mortalidad materna en el Estado español, fallecen 182 mujeres en Camerún, 200 en Nigeria o 425 en Angola.


Los fríos números continúan: 1.000 millones de personas sin agua, 2.600 millones sin saneamiento adecuado y miles de datos que muestran un mundo tan rico y con tantas posibilidades como desigual. Lo más terrible no es el número de personas que sufren, sino lo fácil que sería acabar con ese sufrimiento si hubiese voluntad política para hacerlo. Porque, efectivamente es terrible morirse de hambre si no hay comida, pero lo es mucho más cuando los supermercados están llenos.

Evidentemente el fundamentalismo de mercado decide sólo en función de los beneficios. Si hay beneficios, el sufrimiento es un efecto colateral, desagradable, pero asumible. Pero sabemos que ese determinismo de mercado es falso; quienes deciden que no haya medicinas baratas son personas (dueñas de las farmacéuticas); quienes privatizan la enseñanza o la sanidad son personas (los políticos); quienes marcan las directrices macroeconómicas son personas (del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio). No hay unas leyes de mercado al margen de las personas; hay voluntad política y es ahí donde podemos incidir y transformar la realidad.

La historia no está ni escrita ni determinada, las condiciones de vida logradas en Occidente y otros países no han sido consecuencia del desarrollo del capitalismo como les gusta decir a sus apologistas, sino de un duro y desigual proceso de luchas y conflictos, de victorias, derrotas y negociaciones.

Acabar con el hambre, la miseria y la muerte, es necesario y es posible, es cuestión de voluntad política. Esa es la esperanza y el reto.

Ayuda en Acción es una organización española de cooperación al desarrollo, independiente, apartidista y aconfesional que trabaja para impulsar cambios estructurales que contribuyan a la erradicación de la pobreza. Con esta finalidad, desde 1981 trabaja para mejorar las condiciones de vida de las comunidades más desfavorecidas mediante programas de desarrollo autosostenibles y campañas de sensibilización e incidencia política

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